domingo, 1 de marzo de 2009

Traición

Foto,The abduction of sita, 1918. NYPL.

-¿Qué número salió ayer?
-Acabado en veinticinco.
-El mío acaba en diecisiete, es un número guapo, le tengo fe y el desgraciao va y me  falla. Maldita sea.
Julito tiró con furia el cupón del sorteo que cayó justo sobre una vomitona reseca en la acera. Se había gastado todas las ganancias porque confiaba en que saldría  su número. Durante toda la noche lo había velado, arrullado junto a su corazón, en el rincón del suelo, donde antes hubo un despacho del que aún quedaba un desvencijado archivador que había salvado dos ruedas. Dentro de su saco, lo más preciado que tenía, pasó la noche inquieto y desvelado, planeaba el destino de las futuras ganancias con las que iba a decir adiós a la ciudad. Entre sueños hacía planes para irse a vivir a Matalascañas y empezar de nuevo. Un chiringuito de alquiler en la playa, donde dormiría de noche y vendería de día bebidas fresquitas; al acabar el verano era seguro que tendría las ganancias dobladas y podría alquilar un apartamento pequeño por buen precio para dedicarse a las ventas de chucherías cerca de alguna escuela. Una vida digna. Y pagaría un dentista para que le hiciera el postizo de los tres dientes que había perdido y que le hundía el labio.
Estrellao, he nació estrellao!
Julito dio puntapiés a las papeleras y a las paredes a lo largo de la calle santa Ana. Sintió odio contra toda esa gente que pasaba por su lado. ¿Por qué  yo no? se preguntaba a grito pelado. La gente se apartaba a su paso. Bajó por La Rambla hasta llegar a la Plaza Real y de allí, aún con la rabia encendida en los ojos, entró en un local pequeño y maloliente donde dos mujeres embutidas en una malla transparente y negra, buscaban una sensualidad que les era esquiva.     

-Para entrar aquí hay que pagar, chato. Hoy no se fía ni mañana tampoco, ja,ja,ja.

La bailarina de pelo rojo, Dora,  era también la camarera y la mandamás del antro.
Julito tocó los dos euros que tenía en el bolsillo secreto en su calzoncillo, él mismo se lo había cosido, ahí guardaba siempre dos euros para cualquier emergencia.
-¿Cuánto vale una caña?
-Para ti, uno cincuenta.
-Venga esa caña.
-En este establecimiento se paga por adelantado.
La moneda de dos euros rodó hasta el taburete donde se contoneaba la morena.
Julito se sentó en la única silla con respaldo que había en el local. Un cliente de  pelo largo, ensortijado y gris cerró la puerta de un portazo. Casi a oscuras, Julito sorbió la cerveza, las mujeres bailaban la canción No dudaría, cantada por Antonio Flores. Tarareó por lo bajo la letra, con los ojos cerrados y poco a poco la ira se transformó en tristeza.

Si pudiera sembrar los campos que arrasé ... si pudiera olvidar aquel llanto que oí.





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