domingo, 16 de agosto de 2009




Una mujer es señalada como disidente peligrosa y condenada a pasar casi 20 años de su vida en los campos de trabajo soviéticos. No tuvo importancia que esa mujer fuera dirigente del partido comunista, Stalin la envió a Siberia, como a otros millones de personas. El frío el hambre y las enfermedades no minaron su vida, al contrario, la ayudaron a registrar en su memoria todas la iniquidades y la crueldad de las que somos capaces los seres humanos. En su libro autobiográfico El Vértigo, la inteligencia y sensibilidad de Eugenia Ginzburg se refleja en sus palabras, en la conciencia de haber sido, también ella, culpable de un sistema que arrasó millones de vidas, con el pretexto de la defensa de una ideologia liberadora.

Esas noches de insomnio en las que, como dice Pushkin, todos “releemos la vida con horror”, y nos estremecemos, y maldecimos. En el insomnio, la conciencia no se consuela por no haber participado directamente en los asesinatos y las traiciones. Porque no sólo mata el que asesta el golpe, sino los que han avivado su odio. De uno u otro modo. Repitiendo irreflexivamente peligrosas fórmulas teóricas. Levantando en silencio la mano derecha. Escribiendo cobardemente una verdad a medias. Mea culpa... Y creo, cada vez más, que dieciocho años de infierno en la tierra no bastan para una culpa como esta


Ilustraciones, Carteles de la guerra civil rusa, 1918-1922. NYPL

domingo, 9 de agosto de 2009

Café Doré





De todas las personas que frecuentaban el Café Doré, Chantal quien provocaba mayor admiración entre los clientes y personal de servicio. El propietario del Café se había empeñado en darle al local un aire decimonónico, y para eso había recurrido a las molduras de yeso en forma de guirnaldas que caían por las paredes y enmarcaban grabados antiguos –falsos- y una reproducción del cuadro de Jean Baptiste Corot, en el que una ninfa descansa desnuda sobre un prado y  mira al frente, inquisitiva. Repose se titula el cuadro. La reproducción, en lámina de dos metros por dos metros, ocupaba la pared derecha del Café y se reflejaba en el gran espejo de la pared izquierda, la ninfa controlaba el negocio y todos los ojos se dirigían a su mirada. Hasta que una noche llegó Chantal. No sabía cantar, no era una belleza, ni era joven, pero tenía el alma de artista y sabía susurrar, entornar los párpados y recitar estrofas que enardecían a la concurrencia. En el Café Doré, un pianista amenizaba el ambiente a partir de las once de la noche, tenía un repertorio facilón, lleno de melodías tristes:
-Está comprobado, Eusebio, que las canciones antiguas estimulan el consumo de bebidas alcohólicas caras. Eso es científico, así que nada de los cuarenta principales, tú dale a la vie en gos, al jetendré a...a Mayguey, del Sinatra
-Las francesas no se me dan bien.
-Pues te las aprendes porque quiero convertir este local en el lugar más selecto de la ciudad, nada de moderneces, ni internets, ni hilo musical, quiero un café congelado en el tiempo.
Al cabo de unos meses, un público nostálgico, clases pasivas y desocupados, pasaba la medianoche sentado en las butacas de terciopelo rojo escuchando una y otra vez las mismas melodías.

Chantal apareció una tarde y le pidió al dueño que le permitiera cantar todas las noches, dos canciones, sin cobrar nada y hasta el verano, que era cuando tenía previsto trabajar en un chiringuito de la costa.

-No sé si gustará, a ver cante algo, pero aquí no queremos la canción del verano, nos gusta más lo clásico.
-Precisamente, eso es lo mío.
Y así durante dos meses, Chantal cantó Paloma negra y Un mundo raro, su voz relataba en un tono de conversación intima:

Ya no puedes con mi honra parrandera, si tus caricias han de ser mías y de nadie más y aunque te amo con locura, ya no vuelvas...

La voz de Chantal era algo ronca y no sabía entonar pero las letras murmuradas con desesperación auténtica, anegaban de lágrimas los ojos del personal. De tanto repetirlas acababan cantándolas a coro, en un rito colectivo de liberación y desahogo. Si hubiéramos hecho, si nos hubiéramos atrevido a decir... Esas eran la clase de divagaciones de la clientela cuando acompañaban por lo bajo a Chantal; ella convocaba los viejos espíritus de los amores idos y de las ilusiones perdidas. Hasta que llegó julio Chantal echó a volar. Escribió la siguiente tarjeta que fue entregada al dueño del Café Doré, según detallada nota, una semana más tarde de su óbito. Dentro del sobre había  cien euros.
Ojalá que os vaya bonito, os invito a cava para celebrar que ya se acabaron las penas.
                              



Repose
Jean Baptiste Camille Corot, 1796-1875.

domingo, 2 de agosto de 2009




Villard de Honnecourt os saluda y recomienda a todos aquellos que se
sirvan de las instrucciones que se encuentran en este libro de rezar por su
alma y de acordarse de él, pues en este libro se puede encontrar una
ayuda válida para el gran arte de la construcción y de algunas
instrucciones de carpintería y encontraréis el arte del retrato y sus
elementos tal como lo requiere y lo enseña el arte de la geometría. (...)

En el siglo XIII, un tal Villiard de Honnecourt, maestro constructor de iglesias, escribió un libro de 33 páginas para explicar cómo se construía una bóveda, un rosetón o un reloj en la torre de una iglesia. Sus saberes cupieron en 33 hojas de pergamino, el Livre de Portraiture, un manual donde aprender a esculpir y construir con piedra y madera. Siglos más tarde, las logias masónicas buscaron en sus dibujos las claves de la geometría sagrada, en particular les interesaba la utilización del pentagrama y su relación con la proporción áurea presente en muchos de los dibujos de Villiard de Honnecourt.