domingo, 31 de enero de 2010

Actividades recreativas

El caballete torcido sostenía un lienzo de treinta centímetros por veinte, en el centro de la tela una mancha violácea figuraba el paisaje que R.H tenía delante. 
-¿Y cómo es posible que un campo de trigo y amapolas tenga ese color de nazareno?
R.H se ajustó la visera, apretó los párpados hasta casi cerrarlos y apuntó el paisaje con su pincel. 
-¡Calla, ignorante! ¡Qué sabrás tú de arte!
La mancha se extendió hacía la izquierda, con una pincelada nerviosa trazó un línea en zigzag que fue a parar al borde superior. 
-¿Y eso qué es? 
La mirada de R.H  se abrió de rabia y  asombro, le habría soltado un sopapo a su amigo L, pero en el último segundo prefirió la pedagogía pacífica y moderna. 
-¿Pues qué va a ser? un árbol, ese que tienes en tus narices, una acacia, un árbol sagrado  cuya madera servía a los  hebreos para hacer sus símbolos sagrados y los egipcios también la tenían en mucha estima. La pinto asi, tal como es, al óleo y usando una técnica antiquísima , pero qué sabrás tú...

L, se limpió la boca con la manga y echó las sobras de su bocadillo de atún a las hormigas que correteaban por el camino, no  quiso discutir con R.H porque sabía que tenia las de perder. Sí, no sabía nada de arte, pero su  amigo tampoco, aunque había que reconocerle la audacia de pintar paisajes sin más instrucción que la lectura de los tres primeros  fascículos de "La pintura, ¡qué fácil!"

-Yo sólo digo que a mi eso que pintas no me parece un árbol, más bien me parece una vela derretida.

Sin inmutarse, R.H mojó el pincel en el rojo y luego en el verde, antes de estamparlo en la parte derecha de la tela, dijo: 

-Lo más importante del dibujo al natural es la línea y su sombra, luego el color.Y ya está. 

-Pues entonces yo también quiero ser pintor.

R.H, no podía creer lo que estaba oyendo: 
-¿Pintor, tú? Venga hombre, para eso hay que tener una sensibilidad especial, como mucho,  tú  servirías para tocar la armónica mientras yo pinto. Pensándolo bien, es una gran idea ¿no te parece?

L reflexionó unos segundos sobre la propuesta,  quizás tuviera razón  R.H,  el instrumento ya lo tenía y sólo hacía falta aprender alguna melodía pegadiza. 
-Vale.
R.H escondió el caballete detrás de una roca.
-Te invito a una cerveza para celebrar nuestra colaboración artística. 
-¡Guay!



miércoles, 27 de enero de 2010


David Hilbert, matemático que nació en konisberg en 1823, era un tipo mucho más viajero que su paisano el filósofo Kant, nacido en 1724 y que no salió jamás de su pueblo. El autor de Crítica de la razón pura creía, el muy bendito, que el mundo caminaba  hacia una sociedad ideal donde el legislador pariría leyes conformes a la voluntad única de todos los ciudadanos. Y eso lo pensó sin salir de casa. En cambio, David Hilbert se inventó un Hotel Infinito, con infinitas habitaciones para responder al interrogante: ¿son infinitas las partículas que componen el Universo? Su ocurrencia de que todos los viajeros que llegaran al Hotel Infinito tuvieran habitación, siempre que los clientes alojados se trasladaran a la habitación siguiente a la que  les fue asignada -el de la habitación 1 pasaría a la habitación 2,  etc- es tan sugerente y literaria que por muy zote en ciencias que una sea, intuye la elegancia y brillantez de una teoria capaz de dar cobijo a todos los infinitos viajeros que quieran dormir en una de sus habitaciones.   

Foto:Raise the Hammer.

lunes, 25 de enero de 2010

África


-Si hubiera alguna posibilidad de regresar, ¿querrías aprovecharla?
-¿Quién, yo?
-Pues claro, a ti te lo digo, ¿o es que hay alguien más con nosotras?
En el camino hasta el cementerio, Cayene Le brun y  Catalina de Siena recogieron dos garrafas de agua, rotas y sucias, que alguien había echado por el terraplén y un trozo de cuerda verde que no alcanzaba el metro.
Cayene llevaba su garrafa  debajo  del brazo izquierdo; del derecho le colgaba una bolsa de supermercado  con dos naranjas reblandecidas, cuatro magdalenas caducadas y un zumo  de manzana, tardó un rato en contestar a Catalina y cuando lo hizo, sonrió  burlona con la boca un poco torcida , dejando ver sus dientes blancos y grandes.
-Pues no, lista, aquí estamos mejor y estoy segura de que vamos a tener mucha suerte y nos haremos ricas, muy ricas, lo sé seguro, lo soñé ayer y hace un mes. Mis sueños no fallan nunca, lo sabes ¿O no?
Se oyó el motor de un vehículo que se acercaba por el camino de tierra, las dos niñas se escondieron entre los matorrales para esperar en silencio que pasara el peligro. Juntaron las cabezas, adornadas por decenas de pequeñas trenzas, y cerraron muy fuerte los ojos hasta que el ruido del camión se convirtió en un lejano zumbido.
-¿Crees que volverán?-  Susurró Catalina de Siena, aún con los ojos cerrados.
Cayene Le Brun, de doce años besó a Catalina de Siena, de trece años, huérfana y criada en un convento de monjas españolas en Malabo.
-No volverán, hoy  ya no. Y no tiembles, venga, que falta poco ¡ Vamos!
La mano de Cayene Le Brun, hija de las calles en un barrio de Brazzaville, arrastró a  Catalina hasta el camino, les quedaba menos de un kilómetro para llegar al cementerio; sin decirse nada  la una a la otra, empezaron a correr  hasta llegar al muro trasero de cementerio, jadeantes y con el corazón saliéndoles por la boca se agacharon para atravesar el agujero, por el que apenas cabían, y entrar en el camposanto. Lo primero fue guardar las garrafas y la cuerda en el fondo del nicho, luego se sentaron con las piernas cruzadas en la entrada y comieron  las naranjas y las magdalenas. Desde alli se veía la luna en cuarto creciente, Cayene la señaló con el dedo  pringoso de naranja, Catalina afirmó con la cabeza mientras masticaba una magdalena.
-¡Qué bonita es la luna!- Dijo Cayene Le Brun, después suspiró como si se hubiera sacado un peso de encima.    
-Sí, y qué suerte tener esta casa para nosotras solas, aqui nadie nos molesta- Catalina pronunció estas palabras mientras encendía uno de los tres cirios, medio consumidos, que guardaban para alumbrarse cuando tapaban la entrada del nicho con un cartón duro donde se leía: The best way of life.
                                   
Ilustraciones del libro  Abroad. Thomas Crane, 1882.
University of California Libraries. 
   

sábado, 16 de enero de 2010


Hace escasamente un millón de años que la Humanidad habita el planeta, un periodo de tiempo insignificante; en los cuatro mil millones de años que cuenta nuestra Tierra,  las catástrofes naturales han diezmado los seres vivos con tal contundencia que, en al menos dos ocasiones, desaparecieron el 95 por ciento de las especies. ¿Qué posibilidades tiene la humanidad de controlar la naturaleza? En la actualidad, podemos ayudar a los supervivientes, disminuir el número de muertos mediante construcciones adecuadas y sistemas de prevención y aviso de catástrofes, pero no podemos evitar el desastre imprevisible que llega como el ladrón en la noche, sin avisar. Sabemos que la Tierra es un Titanic, desaparecerá un dia,  con nosotros en su corteza o ya sin vida, seca y humeante  debido a la expansión solar. Ni siquiera podemos anticipar si el final será  mañana o dentro de cincuenta mil años. Da que pensar que las instituciones científicas dedicadas a observar el espacio, reconozcan que sólo son capaces de detectar un parte ínfima de meteoritos susceptibles de acabar  con todo bicho viviente. Adrian Berry, escritor y científico, proponía, hace más de treinta años, en su libro Los próximos diez mil años, el desarrollo de tecnologia capaz de establecer colonias humanas más allá del Sistema Solar, quizás sea una posibilidad para escapar, temporalmente, de la extinción definitiva, sin embargo, ante la evidencia de nuestro desamparo, sería preferible y mucho más hermoso, viajar en paz en esta pequeña nave, juntos, quizás revueltos, pero con la lumbre encendida y el corazón alegre. 

Imágenes archivo digital NYPL
Eclipse de Sol 29 de julio de 1878.
Volcanes de Olot, 1830-1833
Gran cometa , noche del 25 al 26 de junio de 1881.      

domingo, 10 de enero de 2010

El baile eterno

Barbara Stainwyck


-¿Y qué explicación tienes para todo este caos y estropicio? Ahora me dirás que la culpa es de ella ¿o no?
Hugo lió lentamente su cigarrillo con la mezcla de picadura de tabaco, hecha para él por una tabaquera canaria de Icod. El humo dejaba un rastro de aroma dulce de canela y constituía el anuncio de su presencia: o había estado allí o seguía fumeteando en algún rincón del salón verde, un lugar enorme y destartalado, con el suelo de tablones de nogal, oscuro y agrietado que gemía bajo los pies de los pocos que lo atravesaban de camino a la gran cocina.
-¿Qué? ¿No me contestas?

Hugo echó una bocanada de humo, mientras sus ojos se concentraban en la neblina que desdibujaba la calle solitaria. Desde su butaca desvencijada y roñosa, frente a uno de los cuatro ventanales neoclásicos, veía los campos de cereales y la lejana alameda junta al río. La noche había sido movidita, aunque Hugo intentó aparentar indiferencia y hacerse el dormido, ella estuvo insistente y bronca hasta que consiguió sacarlo de la cama. Todo se lo perdonaba, al fin y al cabo ella seguía siendo una chiquilla y sólo pretendía un poco de atención y carïño, ambas pretensiones estaba dispuesto a satisfacerlas a condición de que ella pusiera una pizca de sentido común en aquella loca relación. Pero no, era cosa imposible que ella hiciera algo sensato por él.

Hugo bostezó, echó otra calada antes de mirar a Carmen, lo hizo sin disimular su cansancio y antipatía por esa mujer que le interrogaba un día y otro también sobre su vida nocturna y las consecuencias en el ajuar de la casa.

-Pues sí, otra vez ha sido ella ¿Y qué? ¿Te importa? La casa es mía y si no te gusta, lo siento mucho, no, no lo siento, es asunto tuyo si no la aceptas. Ella entró en mi vida mucho antes que tú y sigue aquí, y así será siempre, por mucho que te fastidie.

Carmen sonrió de lado, como Barbara Stanwyck, a quien le daba un cierto parecido. Las palabras de Hugo le repateaban, pero reconocía en ellas una verdad a la que nada podía oponer. La tal ella, causante de esas veladas siniestras, no era otra que la antigua novia de Hugo, Rita, una mujer que murió hacía cincuenta años, en esa misma casa y en circunstancias alegres pues fue después de una fiesta cuando Rita resbaló en la escalera, abriéndose la cabeza y muriendo al instante.

La vida, como siempre, continuó y Hugo se casó dos veces, la última con Carmen Desde hacía dos años vivían en la casa familiar, un palacete del siglo XVIII en un pueblo leonés de apenas cuatrocientos habitantes. Los primeros meses en la casa nada ocurrió pero una noche de verano, en la que Hugo dormitaba en una hamaca en el jardín trasero, la silueta de una mujer se paseó ante él, no una, sino varias veces. Y ahí empezó todo, desde entonces, la silueta aparecía todas las noches, sin horario fijo, y siempre en las habitaciones donde dormía Hugo, quien probó todas los salones y estancias de la casa, catorce en total, con la esperanza de que algún rincón estuviera a salvo de la presencia de Rita, pero fue inútil. Rita aparecía, susurraba, provocaba corrientes de aire helado y abría y cerraba puertas y ventanas. Carmen, al cabo de la primera semana de jolgorio nocturno, decidió trasladarse a vivir a un piso de la plaza, junto a la iglesia también propiedad de la familia de Hugo. No creía que fuera un fantasma, Carmen estaba segura de que todo era un plan amañado por él con la participación de algunos de los paisanos del pueblo. Carmen no iba a consentir que una broma tan pueril rompiera su matrimonio, a esas alturas, con un marido a punto de palmarla y un usufructo en camino, aparte de una pensión y un capital en la cuenta corriente nada desdeñable. Había que aguantar todas las memeces de un viejo chocho y hacerlo con buena cara, aunque a veces no pudiera controlarse y echara espuma por la boca.

Miró los libros tirados por el suelo y mezclados con restos de la porcelana rota, del juego de té chino que hasta ayer adornó una de las vitrinas del salón verde, y que debía valer un pastón , qué pena de subasta, pensó Carmen mientras se acercaba a Hugo, que seguía embelesado con el paisaje, le tocó el hombro con delicadeza antes de preguntarle:
- ¿Qué quieres hoy para comer?
- Arroz con pollo, y que esté caldoso.
Con esa instrucción bajó Carmen las escaleras que conducían a la cocina, lo hizo con mucho cuidado no fuera que diera un traspiés y acabara como la otra.
En el salón, Hugo se levantó de la butaca, de pie, encorvado, delgado y consumido se dirigió a Rita, viéndola como al trasluz, con su vestido azul de gorgette que tanto la favorecía.
-¿Cuánto tengo que esperar, Rita? ¿No crees que ya somos mayorcitos para tanto jugueteo? ¿Y ahora también quieres liarla durante el día?
Rita bailó a su alrededor sin que sus ojos se apartarán ni un segundo de los de Hugo, mientras daba vueltas en torno al anciano, le dijo:
-¡No! ¡digo, sí! también de día y a todas horas, vamos a estar siempre juntos- Hugo parpadeó antes de desplomarse en el suelo, aún pudo escuchar  la voz cantarina de Rita:
- Esto solo acaba de empezar, amor mio, dame la mano y bailemos.


domingo, 3 de enero de 2010



En El Cuaderno Rojo, Paul Auster nos entretiene con el relato de las coincidencias que ha experimentado o que le han contado, algunas muy extravagantes, pero en todas ellas vive ese elemento misterioso e inexplicable que nos impulsa a creer en la existencia de una fuerza o energía desconocida, de carácter humorístico, algunas veces trágica y otras de sainete, circunstancias en las que confluyen casualidades irrelevantes y gratuitas que nos arrancan una sonrisa de asombro o una lágrima de terror.
De entre las coincidencias absurdas, que parecen sacadas de la mente de un genio de la lámpara aburrido y con muy poca imaginación, hay una en particular en la que interviene un tornado, una mujer y un disco de vinilo con la melodía Tiempo tormentoso. Sucedió en Estados Unidos, en Kansas, y en concreto en El Dorado, el 10 de junio de 1958, la tormenta sacó en volandas de la terraza de su casa a una mujer, la arrastró hasta una distancia de 19 metros y la dejó sobre el césped sin ningún daño, pero el tornado no se conformó con llevarse por los aires a la susodicha, volaron también enseres domésticos de varias viviendas, entre ellos el disco con la grabación Tiempo tormentoso que fue a parar al regazo de la mujer.
Otra coincidencia que dio lugar a una canción muy famosa en la época, fue la protagonizada por un enigmático personaje. El sucedido ocurrió en Montecarlo, en el año 1891, un tal señor Wells hizo saltar la banca tres veces seguidas en sucesivas noches. La descripción de su última noche en Montecarlo es digna de un relato de Roald Dahl. Esa noche, el señor Wells inició la ronda apostando al cinco, ganó; las ganancias las apostó de nuevo al cinco; ganó otra vez. Cinco veces apostó al cinco y cinco veces ganó hasta que saltó la banca con unas ganancias de más de 100.000 francos, un fortunón para la época. Del señor Wells nunca más se supo y, hasta hoy, ni los más avezados policías y detectives pudieron averiguar el truco de tanta coincidencia; se comprobó que la ruleta no fue manipulada, descartándose que se hubiera conchabado con los croupiers que trabajaron en el casino las tres noches en las que se forró el bendito señor Wells.

Ilustración carta de Tarot del Siglo XV.
Foto Hans Albers, actor en Berlín, 1930.