martes, 24 de abril de 2012

El reloj de cuco subsidiado.


Alfabeto fenicio  1000  a. C


Ayer hablaba con una  amiga de nuestras novelas preferidas, de los autores que nos gustan, para hablar con propiedad, que me gustan. Según ella, lo mejor que ha leído  es una enciclopedia de bolsillo que se editó a principios de los años ochenta. No se acordaba del nombre, el contenido era imprescindible para la vida moderna, porque trataba de las técnicas culinarias más raras, de  alimentos entonces extravagantes para nosotros y que ahora son de toda la vida, como el aguacate y la chirimoya;   también era un compendio de frases célebres  de artistas famosos y   opiniones de las amas de casa estadounidenses sobre la vida cotidiana,  verbigracia, la información meteorológica en la tele. 

Quien lea esto ha de saber que mi amiga es una especialista muy competente en lo que se denomina industria cultural. No hubo manera de recordar el  título de los tres volúmenes de la dichosa enciclopedia a lo  Reader Digest, tan entretenida y educativa.  O sea, que ni Flaubert, Tolstoi  ni  Cervantes, mucho menos  Laurence Sterne, si nos ponemos  exquisitas. Ayer  quedamos en  una terraza al aire libre, lejos del fragor del día del libro con sus ejércitos de escritores y escribidores vendiendo el producto en la plaza. Sonaba  una canción de despecho cantada por Chavela VargasOjalá que te vaya bonito, ojalá que se acaben tus penas, que conozcas personas más buenas, que te den lo que no pude darte aunque yo te haya dado  todo. Te adoré, te perdí, ya ni modo.   Ojalá que mi amor no te duela y te olvides de mí para siempre.

Así no había manera de estar  contenta en un día tan señalado como el de ayer, y para rematar, mi amiga, que tiene dos hijos, me explicó que ninguno de ellos lee novelas, ni nada que huela a literatura y que esa buena educación, ella y su marido la inculcaron con toda la intención.   
Tuve que decirle que se estaba perdiendo  una vida y media, y sus hijos también,  porque hay novelas que dejan la muesca de la realidad o la fantasía con más intensidad y hondura que la vivida por propia experiencia. 



Estos días buscaba en casa un libro de un autor que admiro: Albert Cohen.  Hace años leí  Bella del Señorluego  vinieron Solal , Comeclavos y otras.  Quería volver a leer  Bella del Señor, y como no di con él  en las estanterías repartidas por la casa, me bajé el ebook.  El escritor, que fue  probo funcionario de la Naciones Unidas, de origen judío sefardí,  vivió la mayor parte de su vida en Ginebra. Bella del Señor cuenta la historia de una patricia ginebrina y su relación amorosa, completamente loca,  con un tipo la mar de ingenioso. Irónica y culta, la novela se toma a pitorreo el estricto rango jerárquico funcionarial y las pequeñas y grandes  manías de los aspirantes a clase administrativa A.  Una casta orgullosa y soberbia que la pifia un día sí  y otro también. 

Por mucho que haya prosperado el tópico de que los suizos son  un pueblo aburrido, que lo más importante que han inventado en los últimos cuatrocientos años es el reloj de cuco ( diálogo de Orson Wellls y Joseph Cotten en El Tercer Hombre,  bajo la noria del Prater)  la pura verdad es que derrochan imaginación. Si no, de qué iban a sacar una propuesta en el Boletín federal,  para que los ciudadanos suizos perciban una prestación de 2000 euros mensuales. Y por su cara bonita, un subsidio base incondicional.   
Como una no es de piedra, la mala influencia de mi amiga y la ocurrencia suiza me llevaron hasta una charcutería cercana para comprar un cuarto de Appenzeller para matar las penas. Al estilo Chavela Vargas.

  


                 

martes, 10 de abril de 2012

El tiempo encadenado




Hacía mucho tiempo que no leía a Borges, desde que en julio de 1986 visité su tumba en un cementerio de Ginebra. Un jardín en la ciudad donde el escritor está o estaba,  enterrado en la  tierra. Creo que hace poco fue exhumado para trasladar sus restos a Argentina

Era una tarde muy calurosa y, a pesar de que hacía poco más de un mes de la muerte  del escritor, no  había   flores sobre la tumba. Recogí  una piedrecilla, minúscula y la deposité sobre  el ancho de la lápida vertical.  Que no hubiera flores en la tumba ni  visitas, salvo  la nuestra,  añadía misterio y un encanto mayor al precioso cementario de Plainpalaise. 

Hace pocos días recalé en un ensayo del  físico Alberto Rojo  que menciona un cuento de J.LBorges: El jardín de senderos que se bifurcan. El cuento empieza con una cita del  escritor y militar británico,  Liddell Hart  referida  a la primera guerra Mundial y acaba dando cuenta del ataque a una ciudad y la muerte de un hombre.  Lo que interesa del  cuento de Borges, escrito en 1941 y de  apenas diez páginas, es que la trama es  la resolución de un problema de física cuántica que fue el núcleo de la tesis doctoral del físico Hugh Everett, publicada en 1957.  


Laberinto de la catedral de Chartres


El jardín de T'sui Pên, el de los senderos que se bifurcan, el laberinto infinito del tiempo en el que cada elección abre el camino a un porvenir, pero T'Sui Pên era más refinado, de manera  que  no se conformó con la sencilla disyuntiva de esto o lo otro, es decir, que una opción crea un  determinado futuro lo que implica la  eliminación de otros futuros posibles.  

En la creación del jardín laberinto, con senderos infinitos que se bifurcan, todas las opciones son simultáneas, de manera que existen infinitos porvenires donde el tiempo converge y al mismo tiempo prolifera y se bifurcan. 

Laberinto  abstracto de Escher


En una entrevista al escritor, le preguntaron  cómo  llegó hasta la descripción  del concepto de  tiempo  en términos de física cuántica y la teoría del caos, Borges se encogió de hombros, no sabía de ciencias, su imaginación  le llevó  hasta la convicción de que el  tiempo no es lineal.


En el tiempo real, en la historia, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas opta por una y pierde las otras; no así en el ambiguo tiempo del arte, que se parece al de la esperanza y el olvido.

(Jorge Luis Borges)