sábado, 30 de noviembre de 2013

NaNoWriMo no es el nombre de un extraterrestre


Página del Manuscrito Voynich
 
Hoy, a las 12 de la noche,  acaba el plazo para la presentación de novelas que cumplan los requisitos que exige el National Novel Write Month (NaNoWriMo)
Desde 1999 se celebra la  ocurrencia de escribir una novela con un mínimo de 50.000 palabras en el plazo de un mes justo, siempre en  noviembre. Los aspirantes no pueden insertar párrafos ya escritos,  y desde luego, nada de copiar y pegar. Escribir un promedio de 1.667 palabras diarias, salidas del propio caletre hasta llegar a las 50.000. Ese es el desafío.
Los 213.000  inscritos de este año han podido enviar su  novela, mediante  fichero electrónico  una semana antes de finalizar el plazo para que la organización tenga tiempo de validar la hazaña. No hay controles ni medio  de saber que los participantes han respetado las bases.
 
El premio consiste en un certificado de  ganador del  NaNoWriMo,  en el que se acredita que se  ha escrito una novela. En la web oficial, en la cabecera figura el lema de la organización: ¡el mundo necesita tu novela! Y un escudo de armas que representa los símbolos del oficio.
Los organizadores no dejan pasar día  durante todo el mes de noviembre, en el que no  animen a los concursantes: un día es una frase inspiradora, el siguiente  una truco para escribir mejor y más rápido y así hasta hoy.  Altruismo y filantropía son las  virtudes sociales que comparten escritores y organizadores porque todo es gratuito y el premio  es un tarjetón electrónico.
Es una cosa muy bonita, me dijo una  tía mía, muy aficionada a los grandes novelones del XIX, cuando hace unos días le expliqué que aún queda gente, postulantes a escritores, que no pretenden otra cosa que escribir; ganar dinero o notoriedad, ni fu ni fa, para ellos. Personas anónimas que pasa treinta días con la comezón de contar las palabras y el orgullo de sentir que está creando una historia, como Tolstoi.  El mundo no es bonito, o lo es para unos pocos,  pero no para quien quiera ganarse la vida con la literatura, o simplemente para quien necesita ganarse el pan. Le contesté a mi tía, para mis adentros, que no voy a quitarle la venda de los ojos a estas alturas.
  
En la web de NaNoWriMo  hay una pestaña para que los escritores novatos encuentren su empresa de edición, por unos cientos de euros se encargarán de digitalizarla  y sacarla en papel. Un negocio como otro cualquiera. Así que no todo es tan desinteresado. Veamos  la distribución de participantes  por zona geográfica:
Egipto, 3987
Grecia,  523
Finlandia , 3620
Holanda y Bélgica,  8639
España, 2959
Canadá,  Reino Unido y Estados Unidos se llevan la palma, son los países que más participantes tienen. Y Australia, que tampoco es manca.
Las preguntas, como los acontecimientos de algunas de esas novelas, se precipitaban en mi cabeza a medida que avanzaba en el conocimiento del proyecto NaNoWriMo  ¿Necesita el mundo 213.000  novelas más?  ¿Quedará  algún argumento sin pillar?  ¿De qué tratan las 407 novelas escritas en  Busan, ciudad de Corea del sur? ¿Y las 154 de  Wairarapa, Nueva Zelanda?  ¿Y los griegos? ¿Qué pasa en Grecia  para tal desgana literaria?  En cambio,  Finlandia con apenas cinco millones y medio de habitantes, escriben  como descosidos. ¿Qué contarán?
 
 
¿Habrá entre todos los que se han presentado un nuevo Alejandro Dumas?  Sí, de la misma pasta que quien escribió  El caballero de la Maison Rouge, en tres días.  ¿Un Simenón, quizás?  La gloria belga  que no bajaba de  una novela por  semana. Ambos entretejían unas tramas que son una muestra espléndida de genio e imaginación.  Estoy segura de que alguna novela asombrosa –por lo rara-  o deslumbrante –por lo inventiva- hay entre las 213.000 que han llegado a las 50.000 palabras.                 

domingo, 10 de noviembre de 2013

El Imperio Galáctico a la busca del tiempo perdido


Utriusque Cosmi II, 1617. Robert Fludd



El archifamoso economista Paul Krugman, afirma que la fuente de inspiración de su Economía internacional, fue la lectura de Las Fundaciones, saga galáctica escrita por Isaac Asimov. Tiene  su gracia que, tan venerable obra de ciencia ficción, se halle en el origen de una de las voces que más influyen en quienes dirigen la política económica.
 
Conque esas tenemos, me dije, ya no sabe Krugman cómo llamar la atención. Tecleas su nombre en Google y aparecen 31.000.000 de enlaces que lo señalan y diseccionan su vida y obra. ¿Una personalidad enfermiza e insaciable que pide más y más fama? ¿Una boutade para reírse de los mercados?  Creo que no, intuyo que dice la verdad.
 
 
 
Disfruté de Las Fundaciones y de otros libros de Asimov en mi adolescencia, sobre todo en los viajes de metro y autobús cuando  era estudiante. En los manoseados volúmenes, que siguen vivos en la estantería, está escrita la historia de la humanidad futura y pasada.
La trilogía de Las Fundaciones, en realidad son siete libros que empezaron a publicarse en 1942 y finalizaron en 1992,  Asimov cuenta el devenir de una civilización cuyo centro está situado en  Trantor, capital del primer Imperio Galáctico.   
 
La trama es la siguiente: la humanidad hace tiempo que ha abandonado el sistema solar para colonizar veinticinco millones de lejanos planetas. Trantor es la capital de este colosal imperio, que está a punto de derrumbarse. La Fundación -un ente de sabios, para entendernos- conoce el futuro gracias a la psicohistoria, una disciplina con capacidad predictiva sin errores. La humanidad se verá sometida tras la caída del Imperio, a una época oscura de grandes sufrimientos que durará treinta mil años de horror y barbarie.  La Fundación decide que hay que acortar ese atroz futuro, reducirlo a mil años.
 
Seldon es el matemático que ha creado la psicohistoria.  Los enciclopedista se han refugiado en Términus, un planeta muy alejado de Trantor, el objetivo es que dure poco el cataclismo y evitar de paso, revueltas muy peligrosas para la supervivencia del sistema.  En la primera -y pronosticada-crisis Seldon, desaparece parte del bienestar y de los recursos energéticos para  trillones de humanos. Los supervivientes, treinta años más tarde han sacralizado la tecnología, los científicos son los sacerdotes de la nueva religión y su función principal es mantener, con sus dogmas, el orden galáctico.
 
 
 
Terminus, detenta en esta fase la hegemonía mediante la economía y la ciencia, después de varias crisis  Seldon a lo grande, el control pasa a ser de los comerciantes. En la última parte del ciclo, el Imperio se ha convertido en una dictadura, surgen resistentes contra el poder  que están dotados con poderes psíquicos, y que la psicohistoria no ha podido predecir porque esa variable no existía antes.         
 
 
Asimov estaba dotado de una energía intelectual y física prodigiosa. Escribió ciencia,  historia, y todo lo que cupiera en su curiosa mente, amén de novelas de ciencia ficción que se han convertido en míticas; era inabarcable su saber y su ironía, a veces inocentona, siempre me gusta. Para muchos, entre quienes me cuento,  es un escritor asombroso, no tanto por su  técnica literaria, sino por su capacidad y habilidad divulgativa; y también por su visión, tan acertada, sobre el futuro de la técnica y de la sociedad humana. Cuando releo algunos de sus libros, sigo pasándolo bien, un piropo muy sentido que está destinado solo a un restringido club de autores.
 
En Las Fundaciones, Asimov  desarrolla un futuro muy plausible que mira con atención la historia, sin duda, su vastísima erudición le permitía recrear la visión de una sociedad fuera del sistema solar, pero reconocible y siempre actual porque  los conflictos morales son intemporales y los imperios se parecen unos a otros como dos gotas de agua.
 
Claro que Paul Krugman bebió de Las Fundaciones, hay en el ciclo de novelas una permanente tensión entre la cooperación y el egoísmo; la lucha por el dominio  y el control de los recursos; el poder y la libertad personal en épocas de escasez; el amor, el perdón, los sueños y  un deseo universal de alcanzar mejor vida. Enfrenta religión y ciencia, y defiende la condición trascendental que impulsa el espíritu de la humanidad hacia confines desconocidos. Un chollo de inspiración para los que se dedican a las ciencias sociales.
 
¿Qué como acaba la historia del Imperio Galáctico?  La pista son las leyes de la robótica, creadas también por Asimov y tenidas hoy muy en cuenta en el desarrollo de los programas de inteligencia artificial.
 
La psicohistoria, examinaba las variables sociales económicas e históricas para diagnosticar el futuro, exactamente la idéntica pretensión de los economistas, esos gurús científicos  que, como bien dijo otro del gremio y también premio Nobel: la economía es un ciencia casi tan rigurosa como la astrología. 
¡Ah, me olvidaba! para que la psicohistoria se cumpla es imprescindible que la humanidad ignore el resultado del análisis, porque, en caso contrario, se fastidiaría la predicción.      
 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Encadenados


Encadenados. Alfred Hitchcok


Como el niño protagonista de El sexto sentido, yo también  veo muertos. Lo malo, o lo bueno para ellos,  es que están vivos y lozanos en apariencia ¡Mecachis!  me digo, y no porque sea necrofílica o algo peor,  sino por razones de interés social. Me gustaría que  fuera una experiencia paranormal, o sea un delirio o cosa extraña y no  lo que es en realidad: una experiencia ordinaria que me causa  zozobra y cierta desconfianza en mis facultades.  

Escritores de distopías, cito a los más conspicuos: Orwell y Huxley,  trazan un futuro humano muy desagradable, en el que la sociedad es dirigida por un poder que se ha propuesto despojar a los individuos de particularidades personales,  aquellas que nos diferencia y nos hacen tan especiales y únicos, usando la fraseología al uso  en  la psicología de suplemento dominical. Más aún, el objetivo es eliminar la consciencia individual, tal como  aparece en las novelas 1984 o Un mundo feliz. Un totalitarismo que es mansamente aceptado porque la mayoría cree vivir en el mejor de los mundos.  

En las sociedades distópicas  la gente es feliz. Y lo son porque han sido debidamente drogados  para evitar que conozcan la realidad. Los seres humanos, en su mayoría,  viven en la santa ignorancia y  se convierten sin saberlo en instrumentos de un poder que, no contento con dirigir la vida ajena mediante mil argucias casi  indetectables, se complace en crear la ficción de que la felicidad espera  a la vuelta de la esquina; o con más retorcimiento todavía: que la dicha habita entre nosotros y simplemente hay que saber encontrarla.
Robert Nozick, que es un filósofo, ha escrito sobre la posibilidad de que la humanidad en un futuro no muy lejano, ¿quizás está ocurriendo ahora? disfrute de  la opción  de vivir en un mundo feliz y sin incertidumbres de ninguna clase. Como Nozick es un filósofo, permite el libre albedrío, así que abre la puerta para que, en esa sociedad del futuro, quien quiera saborear la desgracia pueda experimentarla sin obstáculos. Afirma que está seguro de que la mayoría de la humanidad elegiría vivir la cruda realidad, la insatisfacción, el dolor y  todos los padecimientos propios de la vida, antes que  estar conectados a la máquina de  la felicidad, ese diabólico cacharro  que suministraría placer y bienestar a destajo.
Pero, criatura, le recrimino, en un diálogo imaginario con el filósofo ¿tú, en qué planeta vives? ¿Qué libros lees? ¿Qué clase de vida tienes?  ¿Qué amistades frecuentas? ¿Qué ingieres? Y me enfado con él porque me parece que, en su propuesta, descubre su propia ignorancia sobre  la naturaleza humana. Imperdonable defecto para un profesor de Harvard encumbrado como uno de los pensadores más influyentes del siglo XX (y seguro que también del XXI)   Nozick  afirma que el ser humano, a pesar de que la evidencia empírica e histórica indica lo contrario, rechazaría esa droga universal de la felicidad para seguir lamiéndose las heridas y  luchando por la supervivencia, con plenitud consciente  de sí mismo.
En fin, quería escribir sobre cómo hemos llegado a una sociedad del primer mundo en la que, sí, efectivamente, estamos conectados a una máquina. Percibo que los escritores distópicos del siglo pasado fueron unos linces y que se habrían podido ganar el sustento como videntes. A veces siento un repelús cuando estoy frente a la pantalla, esa que miro ahora, o me mira ella a mí; la  misma que  suministra información indigerible por nuestro cerebro limitado. Me digo que a lo mejor vivimos en una ficción: la de pertenecer a una sociedad de seres libres  y que, ilusionados con este juguete, creemos gozar de relaciones virtuales que reafirman nuestro ego: amigos que contamos por centenas o por miles, incluso algunos dicen tener millones.  
Mi sospecha distópica es que en ese pandemónium de información y relaciones multiformes, alguien nos observa con mucha atención. Aunque tengo la fantasía de que, de vez en cuando, haga la vista gorda. Los de mi misma especie, aquellos se cruzan en mi camino encadenados a sus  auriculares y móviles, a las pantallas y teclados, me parecen seres ectoplasmáticos que ni sufren ni siente; muertos que ensayan esta variedad de no-vida cibernética. En cuanto a los escritores y filósofos mencionados, dispongo de una insignificante certeza: Huxley intuía más y mejor  que el pazguato de Nodzick.  
Vamos a toda máquina, montados en nuestras tabletas y computadoras de pantallas táctiles hacia  una tierra prometida, en la que nuestra existencia, pasada y presente es un libro abierto, la cuestión es que no tenemos ni idea de quién es el escribiente  y cuál será el próximo capítulo de esta saga. Y sin embargo, queremos seguir atados a la máquina, una adicción en la que nos dejamos las yemas de los dedos, los ojos y quizás algo peor.