domingo, 5 de octubre de 2014

Buscadores de oro














Después de  tres meses de no pisar esta casa, he de reconocer que no la he echado en falta. He leído algunos libros, no todos los que tenía previsto, y me alegro de que queden pendientes e incluso, es posible que no los  lea jamás.

Antes leía con el pensamiento puesto en el blog. Y eso no está bien porque sin darme cuenta, a lo largo de estos años, la lectura se había convertido en un medio y no en un fin en sí mismo. La finalidad utilitaria, desmerece, en mi opinión, la naturaleza esencial de la lectura que no ha de tener otro propósito que disfrutar, aprender y alejar nuestra vista de lo inmediato para contemplar otros paisajes que acabarán siendo propios.
El otro día leía a no sé quién que se lamentaba de visitar librerías en las que abundaban novedades, la mayoría birrias insalvables. Que le cuesta cada vez más dar con algo que merezca la pena. Concluía que la industria editorial se está cargando el libro, no la piratería,  porque se deja arrastrar por lo que aconsejan los estudios sobre los gustos del público. Vender libros como sea, sin más miramientos que el interés mercantil,  así no suben las ventas,  pero sí se maltrata a los lectores. 

Lectores somos todos los que leemos una palabra detrás de otra, pero hay una categoría pejiguera, la de quienes buscamos libros con la expectativa de encontrar una relación de largo alcance con ellos. Un flechazo  que se concrete en un sentimiento de entusiasmo y gratitud cuando descubrimos ese autor que parece que escribe para nosotros, que esas palabras leídas y releídas nos sirven  de consuelo porque iluminan la oscuridad, y  porque también oscurecen una banal alegría para darle la dimensión exacta, en fin que para esa clase de lectores, las mentiras editoriales son como puñaladas por la espalda.

Hemos aprendido a desconfiar de las críticas en los suplementos literarios. Recelamos de las enfáticas recomendaciones en las fajas y contraportadas de los bonitos libros puestos en la mesa de novedades. Ya no creemos en las  palabritas que prometen la genialidad literaria de la temporada porque estamos escamados de tanta promesa incumplida.

A todo esto, como los buscadores de oro con el cedazo, de pronto, deslomadas entre la vulgar arenisca damos con una pepita de oro y entonces medio enloquecemos porque no hay libro que no sea para nosotros una señal del destino. Una chifladura como otra cualquiera.





De todos los libros que he leído este verano, me quedo con una recopilación de escritos del filósofo Arthur Schopenhauer, Pensamiento, palabras y música, con un bien meditado prólogo de Dionisio Garzón.

 Para leer lo bueno existe una condición: no leer lo malo, pues la vida es corta y el tiempo y las fuerzas ilimitados.
La lectura no es más que un sucedáneo del propio pensar. Dejamos que nuestras mente, sobre andadores, siga el camino que otro va señalando. A esto se añade que muchos libros sirven para mostrar cuántos falsos senderos existen y cómo podemos extraviarnos si los seguimos. Pero aquel a quien el genio dirige, es decir, el que piensa por si mismo, el que piensa libre y profundamente, posee la brújula para encontrar el camino verdadero  ”   

Ahí le ha dado.