sábado, 1 de octubre de 2016

La certeza del botijo




Teknoploff. com.  Tecnología del botijo


Gasté  parte de mi primer sueldo en un botijo de Miravet. Tenía veinte años y creía que llenar la casa recién estrenada con alfarería, me acercaba a una vida más interesante.  En todos los viajes con el primer coche, un 124  desvencijado, paraba en los pueblos con el afán de llevarme una vasija, cuanto más común, mejor. Después de varias mudanzas, solo quedan dos botijos encima de una librería. 

No me acordaba de ellos y están a la vista. Con los objetos pasa como con los paisajes,  de tan presentes como están, se vuelven invisibles y ya no nos percatamos de su belleza, si la tienen, o de su fealdad, menguada, porque el paso del tiempo anestesia la percepción.  

Mis  botijos, de Miravet y Menorca, siguen sin haber probado líquido, jamás han refrescado la boca de nadie, están momificados en su estantería, como si se tratara de nichos olvidados. Hoy han resucitado en un ceremonia de limpieza general, pasados por agua y jabón, me percato de lo bien torneados que están y de que, los graciosos pitorros, nunca han  calmado la sed de nadie. Han escapado de su destino -por ahora-. Me alegra tenerlos cerca, tan irreales y anacrónicos que no parecen de este mundo. 

Hoy, a estas horas del sábado, primer día de octubre, cuando  se desenfoca el paisaje y parece que se cierne una tormenta, el barro modelado en su efectiva tecnología, se convierte en el símbolo del tiempo circular, dónde todo vuelve.

Han vaticinado un otoño caluroso, ya es hora de llenar los botijos de agua y dejarlos en la fresca, por un si acaso se corta la luz.