domingo, 15 de enero de 2017

Si tengo la gripe, leo a Balzac



En el relato de Balzac, Gabinete de antigüedades, un viejo marqués: De Esgrignon, acompañado de su joven hermana y  el hermoso hijo y único heredero, convoca todas las tardes  a los realistas de la población (Alençon). En el salón principal del marqués, se escenifican  desahogos y lamentos por la supremacía perdida y la ruina económica y social. Ya no volverán los tiempos de esplendor, aunque ellos aún no lo sepan, o no quieran saber.




Como es natural,en las reuniones conspiran sin ningún resultado,  contra los constitucionalistas, mientras suspiran para que el régimen de la Restauración les devuelva legitimidad aristocrática, bienes y prebendas, así como otros privilegios que barrió la Revolución y el Código Napoleónico.

Balzac, tan agudo, perspicaz y verborreico, escribe con sorna pero también con cierta compasión por una clase social ignorante,  en vías de extinción, que no se ha percatado  de que el mundo ya no será un paisaje de pelucas empolvadas, dónde una  bella reclamará pasteles para la chusma vociferante y hambrienta.

Cuando tengo la gripe leo a  Balzac. Reservo para la enfermedad este poderoso analgésico y jamás me ha fallado. No hay nada más placentero y provechoso que leer, envuelta en las brumas de la fiebre, la descripción de engaños, aspiraciones truncadas, encumbramientos y caídas -sí, y también de reflexiones morales y sociales-. Me sana la lectura de quién escribió con  tanta pasión y verdad en la ficción, tanta  que desearía estar  dentro del relato para alertar de que se cuece tal traición o advertir a quien se precipita al abismo dirigido por su vanidad y soberbia.  

De las historias balzaquianas, siempre se puede obtener una lección inmediata, al igual que  con los grandes escritores de todos los tiempos. Las emociones, deseos y aspiraciones  sobre los que escriben son idénticos a los nuestros. A sus personajes no les falta un amor malsano o la persecución loca del de éxito, el ascenso social, dinero y fama  que será, más pronto que tarde, la cuerda que enredará sus vidas.




Y si hubiera que encontrar similitudes con nuestra época, me refiero al Gabinete de antigüedades, diría que, si se observa con atención, aparecen enseguida. Hoy, en occidente, no se estilan la guillotina  ni la codificación napoleónica, pero sí tenemos una tecnología en continuo cambio que impone otra manera de relacionarse  que dibuja un futuro imprevisible. 

La conexión digital permanente, el sometimiento a la avalancha de datos y la fácil manipulación mediática  exige de nosotros un esfuerzo titánico para reconocer la poca verdad que puede haber en la información. Del abandono de nuestra  privacidad -es la guillotina que decapita al viejo régimen-en beneficio de corporaciones que cosechan nuestros datos, al control de nuestros actos no media más que un frágil línea. ¿Quiénes gobernarán el mundo?

No serán los partidos que conocemos, ese grupo de viejas glorias ajadas que ser reúnen  en su Gabinete de antigüedades para llorar y patalear, mientras confían en la llegada de tiempos mejores. Como los realistas, conspiran, sin éxito, y  añoran  una época que se ha esfumado para siempre.