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domingo, 3 de enero de 2010



En El Cuaderno Rojo, Paul Auster nos entretiene con el relato de las coincidencias que ha experimentado o que le han contado, algunas muy extravagantes, pero en todas ellas vive ese elemento misterioso e inexplicable que nos impulsa a creer en la existencia de una fuerza o energía desconocida, de carácter humorístico, algunas veces trágica y otras de sainete, circunstancias en las que confluyen casualidades irrelevantes y gratuitas que nos arrancan una sonrisa de asombro o una lágrima de terror.
De entre las coincidencias absurdas, que parecen sacadas de la mente de un genio de la lámpara aburrido y con muy poca imaginación, hay una en particular en la que interviene un tornado, una mujer y un disco de vinilo con la melodía Tiempo tormentoso. Sucedió en Estados Unidos, en Kansas, y en concreto en El Dorado, el 10 de junio de 1958, la tormenta sacó en volandas de la terraza de su casa a una mujer, la arrastró hasta una distancia de 19 metros y la dejó sobre el césped sin ningún daño, pero el tornado no se conformó con llevarse por los aires a la susodicha, volaron también enseres domésticos de varias viviendas, entre ellos el disco con la grabación Tiempo tormentoso que fue a parar al regazo de la mujer.
Otra coincidencia que dio lugar a una canción muy famosa en la época, fue la protagonizada por un enigmático personaje. El sucedido ocurrió en Montecarlo, en el año 1891, un tal señor Wells hizo saltar la banca tres veces seguidas en sucesivas noches. La descripción de su última noche en Montecarlo es digna de un relato de Roald Dahl. Esa noche, el señor Wells inició la ronda apostando al cinco, ganó; las ganancias las apostó de nuevo al cinco; ganó otra vez. Cinco veces apostó al cinco y cinco veces ganó hasta que saltó la banca con unas ganancias de más de 100.000 francos, un fortunón para la época. Del señor Wells nunca más se supo y, hasta hoy, ni los más avezados policías y detectives pudieron averiguar el truco de tanta coincidencia; se comprobó que la ruleta no fue manipulada, descartándose que se hubiera conchabado con los croupiers que trabajaron en el casino las tres noches en las que se forró el bendito señor Wells.

Ilustración carta de Tarot del Siglo XV.
Foto Hans Albers, actor en Berlín, 1930.

viernes, 6 de noviembre de 2009



Asombra y nos entra la risa floja cuando somos protagonistas de una casualidad que escapa a las leyes de la probabilidad. Las coincidencias que vienen acompañadas de significado son lo que Carl Gustav Jung definió como sincronicidades. Soy una buscadora de casualidades, las escasas ocasiones en las que dos hechos concurren y son significativos para mi, una inmensa alegría me transforma en una máquina de imaginar y anticipar casualidades a cual más extraordinaria. Lástima que no se cumplan mis deseos y las coincidencias aparezcan en contadas ocasiones.

De la enorme casuística sobre esta clase de hechos probados, he escogido dos , el primero de carácter profético y otro que tiene a Lincoln como personaje central.
En 1954, Lester del Rey, escritor de ciencia ficción publicó la novela Misión en la Luna, en la que se leía la siguiente frase:
La nave Apolón se posó en la superficie de la Luna y de ella descendió el comandante Armstrong.

Un estudiante de Harvard se dirigía a su casa para visitar a sus padres, cayó entre dos vagones de ferrocarril en la estación de Jersey City, New Jersey siendo rescatado por un actor que iba camino de Filadelfia para visitar a su hermana. El estudiante era Robert Lincoln, hijo de Abraham Lincoln. El actor era Edwin Booth, el hermano del hombre que unas pocas semanas más tarde asesinaría al padre del estudiante.

Ilustraciones: solapa de libro editado en alemania en 1930 y lámina de Splendor Solis, manuscrito alquímico del siglo XVI en el que se detalla cómo obtener la piedra filosofal,