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domingo, 20 de septiembre de 2009



El año 1630 en Milán se propagó la peste y se extendió un rumor, un bulo criminal que culpó a un barbero y a un inspector de sanidad de empozoñar mediante ungüentos y otras artes a los vecinos de la ciudad. Los jueces condenaron a esos dos pobres desgraciados a sufrir tortura y a ser demolida la vivienda, erigiéndose en su lugar una columna, la columna infame con una inscripción para la historia donde se informara del despreciable delito y de la sentencia que se dictó contra los culpables. Antes del proceso los dos hombres fueron torturados atrozmente hasta que confesaron su culpabilidad, después, la sentencia les condenó a morir atormentados. Ciento cuarenta y siete años más tarde de este terrible suceso, el escritor italiano Alessandro Manzoni, recuperó la historia, indagó en los documentos judiciales y actas relatando con escrupulosa contención emocional, el ambiente de miedo que se vivía en la ciudad, la absurda base procesal sobre la que construyeron los jueces la acusación, arrastrados por la cruel y alocada muchedumbre que reclamaba la condena y muerte de los que habían esparcido así la peste : «cuerpos de hombres, niños de leche, apestados vivos puestos a hervir en una caldera...» Sierpes también, claro es. Los polvos así confeccionados se soplaban con ciertas cañitas sobre tiendas, iglesias, confesonarios.

La muerte de Sócrates. Jacques-Louis David. 1748-1825
Martirio de San Andrián. Pintura francesa, 1480.
Metropolitan Museum NY.