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sábado, 21 de mayo de 2011



En El paciente inglés, el protagonista  agonizante se consolaba con la lectura de  Herodoto y el recuerdo de su  amor apasionado por una  mujer, la esposa de un diplomático. Una historia enmarcada en la segunda guerra mundial, con espías, traiciones, amores imposibles, guerra, culpabilidad, inocencia y todas las virtudes y maldades necesarias para que una historia sea  interesante.  La película me gustó la primera vez y me aburrió la segunda.   Volátil e inconsistente, me dije a mi misma y  a continuación  dediqué unos minutos a reflexionar  sobre el motivo por el que  Ralph Fiennes, el  cartógrafo, aristócrata culto y enamorado,  me había  parecido  tan  atractivo la primera vez,  sobre todo  en su lecho  desvencijado,   envuelto en vendas y con el rostro  desfigurado y apenas visto. Descubrí que en ese personaje, el escritor Michel Ondaatje había reflejado la pasión amorosa, y a lo largo de la novela, y también de la película, nos muestra las señales de esa visión personal de la pasión que dirige, en algunos casos,  las circunstancias  de la existencia humana.  

Estar bajo el influjo de una  pasión es una desgracia, pero no hay mayor infortunio que pasar  la vida sin apasionarse, vendría a decirnos El paciente inglés.  Cuando la enfermera Hanna asciende mediante una polea  hasta los techos de la iglesia medio destruída, contempla a la luz de una antorcha los frescos de  Piero della Francesca, La leyenda de la verdadera  cruz. El paseo por el techo es el regalo de su novio, un zapador,  que es sij, es sensible y  con una melena que ya la quisieran muchas, yo misma sin ir más lejos. Cartógrafo y zapador mueren. Un final previsible. Vuelvo a las  razones por las que en la segunda ocasión  la película me pareció de cartón piedra, suministradora de imágenes  que fueron explotada durante los siguientes años por la industria y el comercio. Seducción y pasión se trastocaron en un vil mensaje de marquéting para artículos de lujo, desde relojes hasta  perfumes inspirados en las suaves dunas del desierto. ¿Era este el motivo principal de mi desafección por el cartógrafo?  No.  El paciente inglés se basó en el conde Lazlo de Almassy, quien, efectivamente,  vivió su peripecia en África como espía húngaro; sucumbió a una loca pasión por el soldado alemán  Hans Entholt.  La sobredosis de morfina, en la pelicula,  acabó con la vida de El paciente, en realidad la causa de la muerte fue la disentería.  En cambio, el sij, de la compañía de zapadores Gurkas, sobrevivió a la guerra, se casó con una francesa, tuvo cuatro hijos,  fue un ciudadano normal y corriente que vivió en un pueblecito del sur de Francia hasta que una gripe acabó con él en los años noventa. La francesa era enfermera y para ella fabricó una polea.  
Hoy, día de reflexión, divago sobre los oscuros caminos de la ficción y la realidad,  donde  los personajes secundarios son los que casi siempre baten el cobre, ese material valioso que afanan las bandas de delincuentes.  En esta última trama intuyo que hay otra gran película.                


Niña sobre alfombra roja, Felice Casorati.