domingo, 13 de septiembre de 2015

Emanuel Lasker



Hay vidas humanas que, cuando llegan a nosotros, ponen en evidencia la escuchimizada rendija por la que la gente corriente observamos el mundo. Esas extraordinarias vidas sirven de hermosos ventanales, abiertos a la luz  y a los muchos posibles caminos que se abren en el paisaje. 
Sí,  ventana, camino, son metáforas manidas, pero no por eso pierden eficacia para señalar que de la estrechez de nuestro juicio se deriva una manera de estar y de ser en la vida. 


Fue campeón mundial de ajedrez durante veintisiete años, de 1894 a 1921. Emanuel Lasker, también un matemático muy notable: su Teorema Lasker-Noether es por lo visto fundamental en el campo del álgebra abstracta.  Doctor en filosofía, escribió sobre  Kant, las reglas e imperativos morales  vinculadas a la correcta apreciación de cuándo y cómo han de aplicarse las normas con el auxilio de la facultad crítica. Es un planteamiento filosófico que sirve tanto para jugar al ajedrez como para convivir en paz con el vecindario. Tuvo tiempo para escribir teatro y varios manuales ajedrecísticos. 
               


La biografía de Emanuel Lasker y el análisis y descripción de sus partidas de ajedrez en los torneos más importantes, ha sido una lectura provechosa, sobre todo en lo que respecta a su peripecia vital, escrita con pasión y conocimiento por Miguel Ángel Nepomuceno, el autor  de Lasker: el difícil camino hacia la gloria. Publicado por ediciones Eseuve en 1991, y con abundantes errores tipográficos, que me distraían al principio, pero el ojo no condiciona la lectura en el cerebro. Lo he comprobado con este libro que he leído, incluso disfrutado de  las hilarantes combinaciones de letras en algunas frases, por ejemplo con apuestas y jugadas. Échenle imaginación. 

 
Emanuel Lasker, hijo de judíos, empezó a jugar al ajedrez y al bridge por dinero, para poder estudiar y comer. Ajedrecista, filósofo y matemático, fundador de varias revistas de ajedrez que no tuvieron éxito y en las que invirtió patrimonio y esfuerzo, sempiterno entusiasta cuya vida fue un vaivén de viajes, éxitos y penurias económicas. Con su esposa Marta huyó de Alemania, un país enloquecido, en el que la fama y valía profesional valían menos que el botón de una camisa. 


El matrimonio Lasker vivió un año en Moscú, pero las purgas estalinistas y el miedo a ser víctimas de esa otra locura, les obligó a buscar un nuevo destino. En 1936 viajaron a Nueva York, donde Lasker moriría en 1941, a los 71 años, en un servicio hospitalario destinado a enfermos indigentes. 
Ni su gloria ajedrecística ni toda la valiosa contribución intelectual a las ciencias y la filosofía le liberaron de un final penoso, aunque no vacío de amistades. Sus últimos años fueron muy activos, a pesar de ser ya un hombre anciano y enfermo. Escribió y continuó con sus clases y partidas de ajedrez por placer, pero también para ganar el sustento diario.

 
Tres meses antes de morir escribió un libro de sociología, quizás filosofía política: La comunidad del futuro publicada en 1940. Defendía en él una sociedad basada en la colaboración antes que en la competencia. Una humanidad armoniosa en la que todos los individuos serían responsables de sus actos y respetuosos con la vida ajena. El principio que debía de inspirar la comunidad se basaba en la colaboración desinteresada y el análisis racional de los problemas sociales y de sus soluciones sin el recurso a la guerra y la violencia. 


Ni modo, aunque años más tarde en la famosa Teoría de juegos, se pone de manifiesto las ventajas de la cooperación, la humanidad sigue empozoñada en el desvarío de la competencia orientada al beneficio personal, a un fin que siempre justifica los medios. 


De su esposa Marta, compañía constante durante toda su vida, hay que resaltar las siguientes palabras recogidas en la biografía y que definen la mujer que fue: Todo lo que haya podido sucederme en la vida no ha logrado abatir mi ánimo, y ahora que soy vieja no estoy dispuesta a doblegarme ante dictadores. En la medida que una persona como yo pueda impedirlo, no consentiré que nadie destruya mi fe en la humanidad. 


Emanuel Lasker, en sintonía con Marta, dejó escrito en La comunidad del futuro: la voz del intelecto  tiene un tono moderado, pero no cesa hasta hacerse oír. Al fin, tras muchos fracasos, logra ser escuchada. Es este uno de los  aspectos en los que la humanidad puede sentirse optimista y confiar en el futuro. 

Tal para cual.    

lunes, 24 de agosto de 2015

Lepidopterología y otras ciencias amorosas






En mis excursiones por las montañas he visto mariposas de todos los tamaños y colores, nada raro porque existen más de 165.000 especies. Este verano, en un valle pirenaico, las mariposas azules y pequeñas abundaban entre los arbustos de Escaramujo o en los  Cardos Marianos, de cabeza púrpura y con los que se fundían como si fueran parte de ellos. ¿De estar allí, cuántas mariposas habría atrapado Margaret Fountaine con su red? 


La coleccionista de mariposas Margaret Fountaine, inició su diario el 15 de abril de 1878, a los dieciséis años y lo acabó el 10 de julio de 1939, aunque su intención era continuar el relato del año siguiente, ya había dejado preparada la portada de 1940, la muerte le llegó  un día en el que perseguía una mariposa en la isla Trinidad, a los 78 años. 




Más de un millón de palabras, repartidas en doce volúmenes idénticos, manuscritos  y con una foto de la autora en la tapa de cartón, que cambiaba según pasaban los años y que daba cuenta de su aspecto, sin mayores florituras para salir favorecida. Todos los volúmenes contienen una extraordinaria descripción de su actividad viajera, de su lealtad amorosa con un amante al que le sacaba 15 años, un guía sirio que compartió con ella la pasión lepidóptera y  -no estoy muy segura después de leer una parte de los diarios- quizás sentimental.
Asombra que
una mujer haya sido tan valiente, temeraria, libre y disciplinada para no abandonar una actividad exigente que la llevó por todo el planeta, por selvas y montes, poblados algunos por indígenas que apenas habían salido de su territorio. Casi siempre sola, soportaba penalidades y también penurias económicas que no le permitían comer más que una vez al día,  todo era preferible antes que consumirse  en una sociedad como la británica, en la que las mujeres de su clase pasaban el rato en los salones de sus casas o de las ajenas, en una sucesión de visitas según marcaba la etiqueta social.

  
Margaret Fountain no pretendió pasar a la posteridad, ni que sus diarios fueran lectura pública para solaz de lectores como quien esto escribe.  Sin intención literaria, desprovista de veladuras complacientes, la escritura, minuciosa, enmarcada por sus propios dibujos, poesías, reflexiones y una no disimulada decepción a medida que pasaban los años, muestra no solo su coraje, también  la sinceridad y el desprecio que sentía por la vida civilizada. Su intrépida existencia, impulsada, como reconoce en su diario, por un primer rechazo amoroso, retratan a una mujer en permanente búsqueda, consolada por mariposas que vuelan cada vez más lejos y en lugares más exóticos.   
 


Durante veintisiete años compartió su vida con Khalil Neimy, una relación más tormentosa  que apacible, en la que Margaret descubrió engaños, mentiras y mil artimañas para sacarle dinero con milongas de una anciana madre enferma, y  más tarde, descubierta la doble vida familiar de Kahlil, los hijos y esposa irrumpieron en un bombeo constante de peticiones económicas. 




Cualquier otra habría borrado de su vida al pedigüeño amante, pero ella sobrevoló sus sentimientos y nunca dejó de reconocer la colaboración y el amor -a trechos- de Khalil. Quien la ayudó a capturar los más hermosos especímenes, no merecía despecho, al contrario, era digno de figurar en la colección de mariposas que donó al museo de Norwich Castle: diez vitrinas de caoba en las que se exhiben preciosos ejemplares, también donó una caja que no pudo abrirse, así constaba en su testamento, hasta 38 años después de su fallecimiento. Dentro dormían había doce volúmenes,  en los que consignó una vida entera y de los que puede leerse una selección bien documentada en Tiempo de mariposas. Margaret Fountaine. Selección y comentarios de  W.F.Carter,  Mondadori , 1999.


  

     

domingo, 28 de junio de 2015

Las invención de la belleza



Entre el año 1000 y 600 a.c, la belleza vino a parar en mito universal, en una permanente referencia que contemplamos desde este futuro traicionero. 
En este tiempo oscuro, Homero parió su Iliada y Odisea que ha pervivido gracias a los bardos. Miles de versos recordados con exactitud a lo largo de más de dos mil años. El jónico de Esmirna, lengua que hablaba Homero, por obra de un genio o de varios, fue a parar en la invención de la escritura griega. Y en esa época, llamada negra por los historiadores, se acuñó la primera moneda y se dictaron las primeras leyes. 

 
En el 593 a.c, Atenas era un núcleo urbano pequeño, dicen que se podía recorrer, de punta a punta, en diez minutos y que su población griega, sin contar esclavos, no superaba los seis mil habitantes. 



Imaginemos el mercado, en el centro de la ciudad, donde llegaban de madrugada agricultores y ganaderos, marinos y comerciantes extranjeros para vender sus productos. El paisaje no sería muy diferente al de hoy. La dureza de cultivar los campos resecos, el pastoreo por los montes, el mar cercano, un entorno bello pero que exige al ser humano que lo trabaja una gran resistencia física para sobrevivir.


En tal panorama, en el casi podemos ver griegos ataviados con túnicas y muchachas en flor, también viejos decrépitos,  las pequeñas fincas estaban hipotecadas y la señal era una piedra en la entrada. Un mojón que indicaba que el propietario de ese campo se había endeudado para salir adelante. 
En esos años remotos, el puerto tenía una gran actividad comercial, la competencia de productos extranjeros significaba otro obstáculo en el camino; la vida de los griegos se hacía cuesta arriba. Las hipotecas, a un interés del 12 por 100, se convirtieron para los campesinos en los grilletes de su esclavitud. Los impagos convertían a los acreedores en los nuevos propietarios de la tierra y amos de sus deudores. 



Cuando Solón tenía 47 años, en el 594 a.c  fue elegido  gobernador. Atenas vivía una gran crisis, la justicia era una  pamema, el dinero circulaba solo para los ricos, los campesinos malvivían, la hambruna era general. Poco respeto merecían las instituciones de Atenas en manos de unos desaprensivos. 

Solón recibió el encargo, sin condiciones, de sacar a la ciudad de la indigencia económica y social. Los eupátridas,  hijos de las buenas familias de Ática, divididos entre sí por el control de la economía, pero recalcitrantes en soltar sus privilegios, desconfiaban y con razón del nuevo arconte. 

¿Cuál fue la primera medida de Solón? Nada menos que el levantamiento de todas las deudas acumuladas sobre la tierra y la esclavitud de los deudores. Quedó prohibido, como entonces era habitual, hipotecar el único bien que tenía el pobre: su cuerpo. La orden era poner inmediatamente en libertad a los esclavos y los que ya habían sido vendidos al extranjero, fueron repatriados y el pago asumido por el Estado. Los eupátridas, los ricos, en torno a diez grandes familias del Ática,  perdieron parte de su patrimonio pero lo aceptaron porque temían más los desórdenes y el caos económico. 



La segunda ley de Solón fue una reforma monetaria y la estandarización de medidas y pesos. La siguiente, consistió en prohibir exportar productos agrarios escasos y de primera necesidad

La norma constitucional marcó un hito en las formas de gobierno. Creó el consejo de los cuatrocientos. Sus miembros eran elegidos por sorteo entre todos los habitantes y el contrapeso era la Cámara Alta -representación de los eupátridas-. Y por si tales medidas no fueran suficientes, dictó  que todo el pueblo de Atenas debería votar en casos de guerra y nombramiento de altos funcionarios estatales.  Quien no votara en estos plebiscitos  perdía sus derechos como ciudadano. La leyes se escribieron en pizarras giratorias que podía leer todo el mundo y la ley fundamental -Constitución- fue esculpida en piedra.

Y cuando acabó el trabajo, Solón se fue a su casa

  

sábado, 16 de mayo de 2015

Max Aub fuera del laberinto





Casi tres meses  duró la visita de Max Aub a España, desde el 23 de agosto de 1969 hasta el cinco de noviembre. Después de treinta años de exilio, se le permitió regresar a fin de que pudiera recabar notas para un trabajo sobre Buñuel.  El libro que salió de aquel viaje, después de treinta años de forzoso exilio en México, fue un diario cuyo título es una declaración de principios: La gallina ciega.
Fue publicado en diciembre de 1971, por  la editorial mexicana de Joaquín Mortiz. Tengo el ejemplar delante, en su última página  informa de que este es el número 1.082 de un total de 3.000 ejemplares. 






Leí La gallina ciega en 1974, apenas adolescente. En aquel tiempo, en el que no había otra red social que no fuera el patio del instituto o la plaza del barrio, la gente de mi generación suspirábamos por salir de España, viajar,  leer libros prohibidos y no tener que llegar a casa antes de las nueve de la noche. Queríamos que alguien nos contara el porqué de la guerra civil, conocer lo que ocurrió durante los tres abominables años. Y que acabara el régimen de una puñetera vez.
En 1974, un amigo que acababa de llegar de París cargado de libros, entre ellos  La gallina ciega, me invitó a leerlo y no sé si me lo regaló o  no se lo devolví. En el caso de que fuera lo segundo, le pido disculpas desde este mundo terrenal, porque él ya hace tres años que murió. Confío en su perdón.

De la lectura que hice en aquella época me quedó un recuerdo tan débil que hasta hace unos días hubiera sido incapaz de decir algo más que no fuera: es el diario de un escritor exiliado y de su viaje a España. O sea, nada.

Francisco de Goya. Museo del Prado


Después de leer el libro de Gregorio Morán: El cura y los mandarines,  en especial del capítulo dedicado a Max Aub: una anomalía, recuperé del estante La gallina ciega. Hojas amarillentas y un olor que me trajo el recuerdo de la semana en la que lo llevé conmigo de casa al instituto, para leerlo durante las  cinco paradas de metro. Lo forré entonces con papel de diario, una precaución inútil porque a Max Aub no lo conocía casi nadie, tampoco hoy, y  ningún peligro corría con el libro en mis manos.
  
El relato de Gregorio Morán es fidedigno y respetuoso con el escritor, cuenta circunstancias de ese viaje que no aparecen en La gallina ciega, no resta, sino que añade una dimensión profunda a un escritor del que se podría decir que fue un hombre a carta cabal. La lectura de su diario, por segunda vez, me he reafirmado en la idea de que el ser humano en general y el español en particular -aunque no creo que haya diferencias con otras tribus nacionales- siempre busca el sol que más calienta, no hay pudor ni  medida cuando se trata de estar cerca del poder. Somos hoy así y mañana seremos asá, según cambien las agujas de reloj social.
 
Max Aub en su diario se pasma de la indiferencia general al régimen franquista. Observa una sociedad más interesada en el consumo, la modernidad más vulgar y el turismo, que ya entonces llenaba restaurantes y terrazas, que en la cultura y el cambio político.  Llega a Barcelona el 23 de agosto  y ese mismo día por la noche está en Cadaqués, de la mano de Carmen Balcells. Describe el ambiente festivo y frívolo del pueblo, las conversaciones con unos y otros, la banalidad, cuando no la ignorancia. 
Se entrevista con la élite cultural del momento, quienes en esa época eran la crema de la intelectualidad. Merece la pena contemplar ese panorama que tan bien describe para detenerse en sus reflexiones. Incluso apunta una receta de sopa de pescado. Más sabroso resulta leer su encuentro con García Márquez, Carlos Barral, y tantos escritores, poetas, pintores. La gauche divine le saluda, condescendiente y despreocupada.



Alícia en el país de la maravillas. Reina de corazones

El cansancio y la decepción sobrevuela las cenas en Madrid y en Barcelona en compañía de los mandarines. Personajes encumbrados, oportunistas, triviales en su soberbia que desfilan frente al escritor en perfecto estado de revista,  preparados para el traspaso del régimen. Las similitudes con el tiempo presente son de traca. 



Cuenta Max Aub y también Morán, cómo  algunos conspicuos literatos han cambiado la grafía del apellido para mejor acomodarse a los nuevos tiempos. En Cataluña conocemos a unos cuantos que  se han apresurado en catalanizar nombre y apellido, por si las moscas. 
En 1969 se huele el cambio de viento, y quienes fueron antes falangistas, se convierten en liberales y progresistas, mentores de los nuevos valores literarios, dirigen revistas, periódicos, eligen favoritos para ocupar las vacantes que deja libre la vieja guardia, por muerte natural, desde luego.           
Hoy, como ayer, merece la pena rescatar a Max Aub, un escritor que según sus propias palabras tenían dos propósitos: el correcto castellano, escribir bien y la Justicia. 

Anotaba lo siguiente en su diario:  no pretendo ser  juez, sino  parte, ser alguien que pasa y cuenta lo que ve. Sería fantástico -como canta Serrat- leer su obra,  al menos El laberinto mágico, La calle de Valverde,  y sobre todo, La gallina ciega

Los libros de Max Aub tienen, al menos para mí, el efecto de un viaje en la estación espacial. Imagino cómo sería ver la esfera azul, los mares y los continentes, cómo sería intuir el misterio y quizás la grandeza de la vida que habita la Tierra, pero a través de los ojos del escritor, que es  parte de la historia, un astronauta capaz de descubrir la pequeñez de esa gente que sube  al estrado, investida de juez, dispuesta a dictar verdades, volátiles que siguen el principio de Groucho Marx: estos son mis principios pero si no les gustan, tengo otros.            

 


domingo, 12 de abril de 2015

Psicópatas al doblar la esquina



Hace unos cuatro años recorrió el mundo cultural la  noticia, digamos simpática,  de un manuscrito misterioso, de título sartriano: El ser y la nada, en cuya portada aparecía la reproducción de Las manos dibujando de M.c Escher, y una falsa autoría: Joe.K , quizás era una broma referida al Josef K, el personaje Kafkiano


El manuscrito fue enviado a las personas más relevante e inteligentes del planeta. La edición cuidadosa y muy cara, llegó a manos de científicos y artistas que lo recibieron de la forma más variopinta, de manera que era imposible identificar al remitente. Predominaban los neurólogos, ¿una pista? y también físicos teóricos. Ellos, las mentes más claras y agudas, eran los depositarios de un "conocimiento secreto" que nadie conseguía descifrar. 


Al cabo de unos meses, quienes tenían el manuscrito dichoso se sentían privilegiados,  aunque se lo tomaran a broma, la vanidad de pertenecer a un grupo selecto se impuso. Quienes no lo recibieron eran unos mindundis, sin influencia, ni verdaderos méritos intelectuales o artísticos.  

El libro tenía, tiene porque  ahora está disponible en Amazon y cuesta un potosí, cuarenta y tres páginas, en veintiuna de ellas no hay nada, ni palabra ni dibujo, y en las restantes el contenido son frases, dibujos, citas místicas, literarias y científicas. En la página trece, un agujero perfecto. El conjunto tenía la pinta de ser una adivinanza. Se especuló sobre el sentido de ese revoltijo, desde la broma de un chalado adinerado, hasta la de un mensaje extraterrestre. Nadie sabía nada. La edición y el envío costó más de doscientos mil dólares.


Un periodista británico descubrió el misterio. Se trata  de Jon Ronson, el mismo que publicó un libro sobre los experimentos mentales del ejército norteamericano a sus soldados y del que luego se hizo una película: Los hombres que miraban fijamente a las  cabras.



La investigación sobre el manuscrito le llevó mucho más lejos, se embarcó en un seguimiento  de cómo se diagnostica la psicopatía, cuál es el instrumento para detectarla  y la descripción de algunos de los psicópatas más conspicuos que pasan por ser benefactores de la humanidad, algunos tipos son muy atractivos y mar de simpáticos.  


¿Es usted un psicópata? se inicia con la crónica del manuscrito de Joe. K y de cómo consiguió dar con el autor. No voy a destriparlo por si alguien quiere leerlo. Desde luego, lo recomiendo, es muy aleccionador, plantea hasta que punto se puede luchar contra ese trastorno, caso de que lo sea,  y cuál es el papel de la psiquiatría en las sociedades modernas. 
Al acabar de leer ¿Es usted un psicópata? me estremeció la certeza de que el psicópata está  muy cerca, de hecho pensé si no sería yo misma también del mismo grupo. No es necesario matar ancianitas todos los sábados por la noche para pertenecer a ese siniestra categoría psicológica. Revela el autor cómo los "psicópatas corporativos" cortan el bacalao, porque sus cualidades depredadoras son muy valoradas en la política y los negocios. Para muestra, reproduce una carta de recomendaciones de Goldman Sachs, que no deja dudas sobre el éxito de la psicopatía para vivir de lujo a costa del sufrimiento ajeno. 


Mientras leía a Ronson, seguía con la lectura de El cura y los mandarines, de Gregorio Morán, como si ambos libros estuvieran conectados, uno refrendaba al otro. Mientras Ronson ilustra el comportamiento psicópata, Morán relata la conquista del poder, el manejo de los hilos culturales en la España  de la segunda mitad del siglo XX. Es como validar la teoría del eminente psiquiatra creador del test para detectar psicópatas. Sí, ellos están por todas partes, gobiernan y  deciden quienes circulan de abajo arriba y viceversa. Son de derechas y de izquierdas, la ideología es una estrategia personal,  lo que de verdad importa es el poder. 


La constatación de que la psicopatía puede ser la clave para entender los conflictos bélicos y sociales  es espeluznante, por eso ahora, para reponerme del susto leo,  "El sexto sentido de las plantas, una aproximación sensorial a la naturaleza botánica". Es una tesis doctoral de una amiga, no está publicada -ni lo estará- entre cuyas conclusiones destaca que cuando las plantas "oyen" la tijera podadora, tiemblan y bailan con desesperación, estilo la macarena, para comunicar el apocalipsis inminente a sus colegas. Pues eso, que no me atrevo a podar mis geranios, no quiero que me miren mal.            

jueves, 26 de febrero de 2015

Vicios ocultos




Hacía tiempo que no leía sobre antropología. Cuando era joven -o quizás debiera decir como una amiga de mi misma edad: cuándo eramos aún más jóvenes, querida, puntualiza, por favor- pues era muy aficionada a la lectura  de manuales de antropología (por pura diversión).



Me gustaba conocer cómo se desenvolvían las jóvenes en Guinea Papúa, las ceremonias de iniciación, el modo cómo se establecían las dotes en algunas tribus y todo lo referente a la adquisición de estatus social, de ritos nupciales, natales y fúnebres. En fin, que resultaba muy aleccionador comprobar cuánto compartimos los seres humanos y qué poco nos diferenciamos los unos de los otros. 

La otra noche, después de una cena con amigos, pedí un café descafeinado, gran error que no volveré a cometer (o sí), porque el café estaba muy rico pero sobrepasaba todos los límites de cafeína recomendables para acceder a un sueño plácido.
A las cuatro de la madrugada miraba como un búho por la ventana, era noche de luna nueva, las condiciones muy propicias para  ver las famosas luces sobre Montserrat. No hubo luces, solo negrura rota por la farola de la calle.


Me fui al estudio a ver qué encontraba, y en un anaquel bajo que hacía tiempo no revisaba, encontré aquel ejemplar que me acompañó durante una viaje lejano en el interrail. ¡Oh, qué ilusión! La portada fue mi magdalena mojada en tila. 


Empecé a leer el primer capítulo: costumbres extrañas, cacharros y cráneos. Dos días más tarde acabé con él. Mis bendiciones a la camarera que se confundió y me sirvió el café cargado que había pedido otro. 
Había olvidado qué necesario es echar un vistazo al exterior. Cómo lo que nos parece tan importante hoy, es una futilidad que nadie recordará mañana. Las culturas y civilizaciones son cambiantes y volátiles, menos que nada a escala cósmica, incluso planetaria,  y como bien dice el autor:  La historia humana es parecida a una comedia china, que no tiene final ni enseña ninguna lección. Ahora sería incorrecto referirse de este modo a la comedia china, pero el libro fue publicado en 1949, y en esa época los ensayistas eran menos pacatos que hoy.  


Entonces, ese mismo día en el que acabé Antropología, compré en versión electrónica la novela de Ignacio Vidal-Folch: Pronto seremos felices. Mientras la leía pensaba en el poco tiempo que ha pasado desde la desintegración de las sociedades comunistas del este de Europa, qué lejano nos parece aquél tiempo y qué  tristeza tan grande la de los personajes como  Alina, el matón de Bobby, Rodica, Camila  y tantos otros que soportaron o colaboraron en un régimen político que se parecían como una gota de agua a otros que siguen hoy, con otros nombre y otras banderas ideológicas  y nacionales, quizás  parecidas, empecinados en desgraciar y dirigir la vida de sus vasallos


No para ahí la cosa. La combinación de la novela de Ignacio Vidal-Folch y el ensayo de C.Kluckhon  me ha llevado a ver otra vez más, Un, dos tres y Some like it hot (Con faldas y a lo loco), ambas de Billy Wilder



Mis circuitos mentales son así. El caso es que de esas curiosas asociaciones he obtenido un gran beneficio espiritual y emocional que recomiendo  a quienes lean esto. No solo llorarán, también reirán al comprender que la humanidad tampoco es perfecta, ni tiene pinta de enmendarse en el futuro.              

viernes, 6 de febrero de 2015

Relato de los hechos




Hay atestados policiales en el que el relato de los hechos es más apasionante que cualquiera de las novelas de intriga de cierta fama. Los redactores de atestados son como los escritores de ficción, algunos usan un lenguaje florido y desternillante sin pretenderlo-con todo el respeto para las víctimas-para recrear la secuencia de los actos del delito; en otros casos, los hechos  son descritos con precisión y sequedad narrativa, sin cargar las tintas.  Descubrir sin sobrentendidos  la línea temporal que sigue un ser humano para violentar a otro, tiene un efecto  demoledor para quienes tienen una concepción optimista del futuro de la humanidad. Constata que somos animales, depredadores al acecho de la próxima cacería. Es una generalización que no contradice la existencia de miles, millones de personas de buen corazón dispuestos a sacrificarse por los demás, sean personas, animales o plantas. Pero estos últimos no gobiernan Estados ni dirigen grandes instituciones y corporaciones económicas.    


Los mecanismos que mueven la sociedad se rigen más por el instinto asesino, la afirmación de nuestra santa voluntad, como única verdad a la que ha de doblegarse el mundo. Sí o sí.  De vez en cuando ocurre lo más imprevisible, un suceso que nos devuelve la esperanza en la especie. Un artista, un científico, la acción generosa de un desconocido en el metro,  por ejemplo, puede alumbrar un camino que creíamos cegado, o no habíamos advertido.



Leonardo Sciascia era un escritor siciliano, magnífico narrador de hechos que nos conduce sin trampas ni artificios al meollo del crimen, o del hecho que contado por él, provoca una reflexión en torno a la naturaleza de las acciones humanas. 

Escribió muchos años antes que Saviano, sobre el carácter extensivo e invasivo de la Mafia. No hay en los escritos de Leonardo Sciascia un Padrino que pronuncie frases lapidarias, tampoco una música épica que acompañe el crimen. La Mafia es un funcionario  o un comerciante, no solo los matones que con la cara pagan;  no siempre hay una fabulosa mansión donde se oculta el Capo. Gente normal y corriente son también Mafia. La corrupción política es una de las manifestaciones preferidas de esta virulenta infección social.  

Leonardo Sciascia es un escritor de atestados judiciales. Tan inteligente que después de leer sus libros acabamos por comprender el dónde, cómo, quién y el porqué. Claro que quedan misterios porque no todo es visible ni obedece a una relación causal que podamos entender al primer vistazo.
 

Cuando escribió La desaparición de Ettore Majorana, lo hizo conforme a su método: recogió pruebas, documentos, entrevistó testigos, familiares y amigos para acercarse a la vida y muerte (desaparición) de un científico mas que notable. Quien esté interesado en el personaje hay incontables páginas en la red que refieren sus descubrimientos  científicos y  apuntan hipótesis sobre la razón de su suicidio para unospara otros, de su voluntaria desaparición. Unos pocos apuntan a muy improbable conspiración y secuestro.

Ettore Majorana, físico, nacido en Sicilia en 1906, desaparecido en el trayecto en barco de Palermo a Nápoles,el 26 de marzo de  1938.  

Niño prodigio, desarrolló su  carrera en el grupo de trabajo de  Enrico Fermi,  colaboró también con el físico Heisenberg
Entre sus contribuciones a la física, destaca el fermion de Majorana

La física de partículas,el conocimiento de la estructura del átomo, era el objeto de su trabajo. 

En el año de su desaparición, Europa estaba punto de quedar devastada por una atroz guerra en la que los conocimientos científicos de la época tuvieron un protagonismo decisivo: la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki.

Ettore Majorana  sacó del banco, unos días antes de la desaparición, los salarios de los últimos meses. Pidió a su hermano que le enviara los ahorros que le había confiado. Se llevo el pasaporte.

Escribió tres cartas de despedida, dirigidas -dos-  a un compañero de investigación y una a su familia, a estos últimos recomienda no vestir de luto, y si acaso que no dure más de tres días. 

De su compañero de trabajo se despide dos veces, en la primera se disculpa por abandonar los proyectos en los que ambos trabajaban y la docencia. Poco más tarde, escribe la segunda carta. Dice que el mar le ha rechazado y que tiene intención de alojarse en el Hotel Sole de Palermo. Esa misma tarde del 26 de marzo toma el barco hacia Nápoles
  

Las dos última cartas fueron enviadas unas horas antes de la desaparición. Pide perdón por los trastornos que ocasionará su decisión. Dice que a las once de la noche aún recordará a colegas y seres queridos y es posible que después también. No hay señales en la escritura de tristeza o inseguridad. La caligrafía firme y decidida es impropia de un suicida, según opinión de los peritos calígrafos


Durante años llegaron noticias de gente que dijo  haberle visto en Argentina, en la propia Italia, con nombre falso. No se encontró nunca el cuerpo de Majorana, las pesquisas fracasaron, no se llegó  a una pista sólida de lo que ocurrió la noche del 26 de marzo.


Leonardo Sciascia, así como la propia madre de Mejorana, creyeron en la desaparición voluntaria por razones que, para el escritor, estaban relacionadas con el sentido ético de la finalidad científica. La hipótesis es que, quizás abrumado por las fatales consecuencias que podía tener la investigación atómica usada como arma, decidió abandonarlo todo para no ser partícipe del horror que se avecinaba. Alguien que conoció a Majorana afirmó que poseía una clarividencia extraordinaria.

En los años sesenta en un pueblo siciliano:Mazara del vallo, un vagabundo al que apodaban L'umocani, ayudaba a los niños en sus deberes de matemáticas y física, dicen que en el bastón  en el que se apoyaba estaba grabada la fecha del 5 de agosto de 1906, que coincidía con el nacimiento del científico. Fueron rumores que no se confirmaron.

Un informante le habló a Sciascia de un monje, antes un científico muy reputado, que había vivido en el convento, quien se decía participó en el equipo que trabajó en la bomba atómica. Con un amigo se dirigió al convento y allí, acompañado por el prior, visitó el edificio. El escritor sintió, en un momento revelador, que había llegado hasta allí para respetar un secreto y guardar silencio.